jueves, 1 de septiembre de 2011

Astrología: Sobreviviendo a las antiguas y modernas confusiones


Por Alejandro Fau 


Cierto es que los hombres tendemos a confundir las cosas en nuestro afán por simplificarlas, y el idioma es un claro ejemplo de ello. De la confusión que resulta de allí nacen maravillas como la poesía, la prosa y todo aquello que llamamos dialéctica o literatura. Pero nuestra mente lógica trata de ajustar los patrones verbales y volverlos intercambiables ante lo extranjero que percibe a fin de tranquilizarse frente a la incertidumbre que una nueva palabra le provoca. Así, al enfrentarse a un nuevo idioma, supone que solo se trata de un intercambio entre palabras que, organizadas de un modo determinado ya sea este un viejo o nuevo modo de hacerlo, significarán siempre lo mismo. Más de todos los cambios en la lengua a los que debemos enfrentarnos en los territorios ignotos del significado verdadero que poseen, quizá el más profundo de ellos sea cuando se enfrenta uno a un lenguaje sagrado. Pues no son allí las palabras las que cambian para significar a las cosas, sino que son las cosas mismas las que cambian.

“Parece que nadie tuvo tiempo de estudiar la partitura.
No importa… a ver si nos entendemos ¡Va de nuevo! Ja, ja, ja! 1, 2, 3, va…"
Winton Marsallis en “Improvisation in B flat”

De los innumerables prejuicios que deben enfrentar los astrólogos en su devenir diario, quizá el más grande sea la confusión que existe en la mente del humano medio sobre el significado que da a la misma palabra Astrología. Pregunten a cualquiera en la calle qué es lo que entiende por ella y sabrán de lo que hablo. Lo más probable es que responda que se trata de un sistema para predecir el futuro, creyendo que con eso sintetiza una idea cabal del asunto. Agregará luego que se trata de una superstición que tienen las mentes débiles e incultas o de un tipo de religión que profesan algunos chiflados, o quizá, simplemente, de una tontería que alguien habrá inventado para ganar dinero u obtener algún tipo de beneficio por sobre sus congéneres. Pero pocos conocen la verdad, incluso muchos de los que se autodenominan astrólogos la ignoran. Pues no todos son conscientes de que cuando decimos Astrología, estamos hablando de un lenguaje.

Etimológicamente la palabra «astrología» significa “estudio de los astros” o “la palabra de las estrellas”, y proviene del griego: αστρολογία (astrología), de άστρον (ástron): ‘estrella’ y λόγος (logos): ‘palabra o estudio’. Por cuestiones de simplificación, y como justificación del origen de la moderna ciencia de la astronomía siempre nos hemos detenido en la primer acepción del significado descartando u olvidando la segunda que es, a todas luces, su definición más cierta para cualquiera que verdaderamente entienda del asunto. Carl Gustav Jung lo entendía de este modo y basó su línea de pensamiento de la psicología humana sobre ésta idea. Sus estudios de la Alquimia, Religiones, Mitologías y Astrología llevaron a que muchos de sus detractores lo consideraran solo un misticista en su época, pero con el correr del tiempo y luego de la aplicación de sus ideas en un sentido clínico y práctico, llevaron a que se revolucionara la óptica con que se encaraba el estudio del alma humana volviéndolo así más comprensible y efectivo.

La teoría de Jung establece que existe un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psiquis que está más allá de la razón, y que éste está contenido en lo que dio en denominar como el Inconsciente Colectivo. Cabe aquí aclarar otra de las grandes confusiones que arrastra el humano común, y que es el asimilar Signo y Símbolo creyéndolos sinónimos, la misma cosa. Así es como se termina denominando Signos Zodiacales a lo que en realidad debiera denominar como Símbolos Zodiacales. Signo y Símbolo no son lo mismo, ya que el primero se entiende como la palabra o la imagen que representa algo externo cuyo significado es inmediato y obvio, que en su consecución posee una estructura determinada y fija regida por determinadas leyes (como por ejemplo la gramática) que son dictadas por la razón. Símbolo, en cambio, es cuando la grafía representa a un algo que se encuentra más allá de la razón y su gramática (por llamarla de algún modo) solo puede manifestarse o de un modo inconsciente, o caótico para el consciente, aunque no por ello sea menos obvio cuando finalmente logra comprenderse su dinámica interactiva.

El signo siempre se refiere a un algo externo para dotarlo así de significado, los símbolos, en cambio, son pictografías con un significado propio que se refiere solo a sí mismo. Es muy complejo por ello el estudio de los lenguajes denominados simbólicos o sagrados, y la astrología es uno de ellos entre tantos otros. Pues no pueden aprenderse por la mera acumulación de la lectura y el mero ejercicio en solitario como podríamos hacer con cualquier lengua extranjera común, las que, por contraposición, se denominan lenguajes profanos. Se hace necesaria la participación de un guía o instructor cabalmente versado en ella, porque las dificultades son muy numerosas. Solo quien la comprende realmente puede acercar este conocimiento a otro a través de su interacción con él a fin de que pueda, y siempre por sí mismo, llegar a captar el significado profundo de cada símbolo de un modo efectivo. No es algo que pueda ser aprendido por correo como el Alemán o el Ingles, por ejemplo, pues están en juego paradojas y contradicciones que lo volverían cada vez más inaccesible y oscuro para la conciencia generando errores y confusiones sin fin.


Por medio de la interacción entre maestro y discípulo, ya sea por medio del diálogo, del silencio o de la sola presencia, puede éste último encontrar las pistas para lograr llegar al significado del símbolo que yace oculto dentro de sí mismo y no en otra parte, pues es el individuo el símbolo por excelencia ya que en sí los contiene a todos. Como explica Jung, estos lenguajes yacen en el interior inconsciente de las personas y las sociedades más allá de donde se encuentren, y los hace partícipes en tanto conciencia de ser y pertenecer. Es algo que no puede enseñarse en el sentido estricto de la palabra, sino que solo puede ser recordado. Algo similar al instinto. Por ello se los llama globalmente: conocimiento esotérico, pues es un algo que solo puede ser conocido y reconocido internamente.

También es cierto que la Astrología es una pseudo-ciencia y no una ciencia, y no hay que ofuscarse por ello. Pues no puede existir, por definición, una comprobación externa de su efectividad y leyes tal como la ciencia y su metodología nos exigen. Claro que debiéramos primero despojar al término de pseudo-ciencia del significado peyorativo que comúnmente le asignamos. Será por ello que desde antiguo siempre se la definió como un Arte a fin de aproximarse de un modo más cierto, aunque no concluyente, a su significación precisa. La Astrología, como cualquier lenguaje, también es solo una herramienta. Su aplicación depende pues de cada uno, y llegar a pensar que solo sirve como sistema para adivinar el futuro es comparable a pensar que la lengua hablada en Francia (el Francés) solo sirve como un sistema para escribir recetas de cocina o que la lengua que se habla en Italia (el Italiano) solo sirve como un sistema para escribir óperas, una completa tontería.

Einstein decía que lo único que carecía de límites eran el Universo y la estupidez humana, pero que del Universo no estaba tan seguro. Discutir si la Astrología es o no una ciencia demuestra que estaba en lo correcto, aunque muchos Astrólogos se empeñen aún en demostrarlo; y tratar de aprender o comprender ésta lengua por uno mismo solamente, también lo es. El humano es un ser gregario, y empeñarse en demostrarse a uno mismo que no lo es, es simplemente una patológica locura. ¿Para qué sirve entonces este lenguaje? Pues para muchas cosas, y hay quien sostiene que para casi todo, por ejemplo para aquellas en la que aún no hemos encontrado un modo más simple de hacerlo: Hablar de lo que somos y de lo que es, de un modo verdaderamente objetivo; o para ver y mostrar aquello que llamamos “la realidad” sin teñirlo con nuestra estrecha y unipolar visión de individuos.

Antigua y modernamente se apela a la paradoja y a la alegoría en su explicación y enseñanza, más a lo largo del tiempo hemos ido perdiendo la poesía y la gracia en el modo de hacerlo debido a que ha suscitado más de un disgusto a causa de las erróneas interpretaciones esgrimidas debido al choque de intereses personales y circunstanciales que se han provocado a lo largo de la historia. Decíase, por poner solo un ejemplo de la antigüedad, que tal o cual persona hablaba la lengua de los pájaros para referirse a un astrólogo, significando con ello que era alguien que podía comunicarse de igual a igual con la naturaleza y comprender así su significado de un modo directo. Esto se tomó como una blasfemia y más de uno fue a parar en una hoguera, claro, pues era comparable a decir que uno podía hablar de igual a igual con Dios sin intermediación de ningún tipo. La Iglesia, cualquiera fuese, no podía permitirlo. Imagínense ustedes que se masificara una lengua en la cual no pudiera ya mentirse. Cualquiera con ambiciones de poder estaría fervientemente en contra de ello, por supuesto. Desaparecerían los personajes regentes de la política y las religiones tal cual los conocemos ahora, y desaparecerían también las desigualdades de todo tipo. Ésta, y no otra, fue la principal razón por la que la astrología ha sufrido ataques de continuo por los poderes instituidos de la Iglesia y el Estado.

Vivimos en una época en donde la tecnología nos domina. Una época en que el conocimiento es poder y, como en la antigüedad, quien lo posea y no lo comparta prevalecerá por sobre los otros. Hemos preservado esta modalidad creyéndola como la única posible para la propia supervivencia desde que tomamos conciencia de ser, en la infantil creencia de que podremos así vencer a la propia muerte. Es cierto que fue necesario el desarrollo del ego para imponernos sobre factores que parecían incontrolables y que amenazaban la propia integridad en el inicio, pero hemos llegado a un punto en donde lo hemos llevado a un extremo tal en que se torna peligroso no solo para nosotros mismos sino para la propia especie humana en su conjunto. Retener un saber y no compartirlo es comparable a no compartirse uno mismo con los otros y solo puede llevarnos a un destino: la propia extinción.

Sostener una discusión de si la astrología es válida o no, de si demuestra o no demuestra dentro del marco arbitrario de la ciencia, es como pretender negar la existencia del mar si es que no puede ser metido dentro de una botella. Siempre habrá un borracho que quiera discutir que su mareo es más válido y mejor que el que sufre un navegante. Más este último tiene la posibilidad de arribar a un nuevo mundo lleno de maravillas que lo nutran y que amplíen su saber y su conciencia en una incesante evolución, mientras que el ebrio solo puede aspirar, inflamado de ignorancia como está y repitiendo sus errores, a morirse de una fatal cirrosis.

Artículo publicado el 24 de Agosto de 2009 en Astropampa.com